Belén Blázquez Vilaplana
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Aquellos militantes, escasos en los primeros momentos, que se encontraban en el territorio español, se agrupaban por federaciones regionales. Entre ellas, tradicionalmente las que habían venido contando con mayor peso en la estructura de poder del partido, habían sido la vasca, la asturiana y la madrileña, aunque esta última siempre había estado salpicada de numerosos problemas. Según expone Julio Feo, era una jaula de grillos y de ahí que no militase mucha gente en el PSOE, sobre todo en Madrid435. La llegada del llamado “grupo de los sevillanos”, en el que se encontraban Alfonso Guerra, Felipe González, Eduardo Galeote, Luis Yáñez y Alfonso Fernández Malo436, vino a romper este triángulo de distribución territorial de poder. Como afirma el propio Alfonso Guerra, sus viajes en los años sesenta a la cornisa cantábrica española, y el contacto que en la misma tuvo con los socialistas que allí residían, le permitió comprender que era en aquel lugar donde se encontraban los pies del socialismo español, y, por tanto, lo que se necesitaba era crear una cabeza que dirigiese y articulase aquello que pretendía configurarse como la alternativa socialista en España. Siendo el lugar ideal para ello, Sevilla437. Desde que en el 74 realizan la Declaración de septiembre o Declaración Política del PSOE y438, sobre todo, desde que en octubre del mismo año triunfara su candidato a Secretario General, Felipe González, pasarían poco a poco, a ir cooptando el mayor número de puestos en las Ejecutivas del Partido, y no sólo cualitativamente, sino también cuantitativamente. La importancia que desde ese momento alcanza la federación andaluza, perdurará hasta nuestros días. Lo cual llama la atención, si tenemos en cuenta que este grupo no se destacó precisamente durante el franquismo por la lucha contra el régimen o la defensa de las ideas socialista. Según Gillespie, la reputación de tener fuerza en Andalucía, que adquirió después el PSOE refleja menos el nivel de actividad antifranquista en la región que los orígenes andaluces de los nuevos dirigentes del partido que dominaron la dirección nacional a partir de 1974.
En este sentido, como expone Santos Juliá, los sevillanos representan un nuevo aire en el partido, tratando de aunar el significado e importancia de la memoria histórica simbolizado por las siglas, y la necesidad, como vimos en el apartado anterior, de dotar al partido de una nueva organización superadora de ciertos recelos históricos, en el interior. El elevado número de partidos que se presentan a las elecciones del 77, lo cual convertiría a la misma en una sopa de siglas indescifrables para los electores en el momento de llegar a las urnas, hacía determinante de cara a conseguir votos, el poder presentarse bajo las siglas históricas del PSOE. De este modo, sería fácilmente reconocido por los electores, tal y como supo apreciar certeramente González meses antes de dichas elecciones440. Todo ello, conjugado con una estrategia electoral diseñada cuidadosamente alrededor de una sola persona.
Según expone Alfonso Guerra, fue su opinión de poner un rostro y no presentarse como colectivo, el poner una cara a la voz de un partido que llevaba cuarenta años bajo las piedras441. Pero no sólo eso, sino que tal y como se configuraba la estructura interna del partido, el número de delegados que representaban a las provincias de la cornisa cantábrica, debido a la poca extensión territorial y escasa densidad demográfica de ésta, era mucho menor que el que representaba a la federación andaluza.
Puesto que cuando votaba el representante de la misma, en este caso Alfonso Guerra, su simple gesto de levantar la mano era lo mismo que si lo hicieran el 30% del total de los representados, valga la redundancia, al englobar en su federación a treinta mil habitantes442.